by Douglas Menjivar
Douglas is a member of Freedom for Immigrants’ leadership council. He was detained at both the Livingston Detention Facility and Joe Corley Detention Center, both in Texas. During his time in detention, he experienced sexual abuse which we documented in our 2017 civil rights complaint on widespread sexual abuse in ICE detention.
The following is the Spanish version of an excerpt from a memoir Douglas wrote recently. Freedom for Immigrants will release the full publication later this year.
WARNING: The following excerpt contains explicit and disturbing descriptions of sexual assault.
Tenía fe en dios que un día saldría de esta prisión y tenía que ser aquí en los Estados Unidos porque si yo llegaba a El Salvador, ellos me iban a matar. De eso estaba seguro. Mejor preso y no muerto. Se me puso en mi mente. Pasaron los días y yo no sabía nada de mi caso. No tenía ni abogado ni amigos que me pudieran ayudar.
Un dia por la mañana escuché decir, “Menjivar Pineda, recoge tus cosas. Ya te vas.”
Yo brinqué de mi cama y le pregunté al guardia, “De verdad? Para dónde voy?”
El me dijo, “No lo sé, pero aquí estás en la lista. Ya te vas. Tienes 10 minutos para recoger tus cosas.”
Yo tenia un poquito de café y azúcar y un calentador de agua que me habían regalado los demás que ya se habían ido. Yo se los regale a unos que no tenían nada. Me puse a llorar de felicidad y todos me decían, “dios es grande amigo, el te ama.” Y todos me daban el número de sus familiares para hablar con ellos al salir de esa detención.
Recogí las cosas lo más rápido possible que pude y me fui a esperar a la puerta con mi colchoneta y mi ropa de color azul. Me puse el mejor par de calcetines que tenía porque los demás estaban rotos de la punta. El color de los calcetines eran anaranjados, igual que nuestros boxers. Algunos me decían, “Déjame tus boxers porque los mios estan rotos.” Otros me quitaron las cobijas para tener dos porque allí hace tanto frío que tienes que tener dos cobijas para aguantar tanto frío. Nosotros le tirabamos papel de baño a donde salia el frio para taparlo por que era demasiado frio.
Cuando estaba esperando en la puerta llegó el oficial y dijo otros nombres también y les dijo lo mismo, “Ya se van, alisten sus cosas.” Cada uno de nosotros llamamos a nuestros familiares para decirles que ya éramos libres. Yo ya había hablado con mi amigo René.
Entonces nos llevaron a donde nos dieron nuestra ropa. El guardia dijo, “Tienen que cambiarse de ropa.” Lo hicimos lo más rápido que pudimos. El guardia volvió. “Están tan sucios que así quieren salir libres? Están como cerdos,” él dijo.
Después de esperar como tres horas en ese cuarto, llegó un oficial de inmigración y dijo, “Todos ustedes serán trasladados a otra detención.”
Todos le dijimos, “El guardia dijo que éramos libres.” Él se burló de nosotros de una manera que todos nos enojamos.
Otro detenido le dijo, “Sí, nosotros tenemos ya asilo.”
El dijo, “Ustedes no tienen nada, solo son unos pendejos con un papel que no vale nada.” Y luego dijo, “En unos minutos los llevaremos a otra detención, así que estén listos para irse.” Y luego dijo, “Adiós, mojaditos.”
Unos detenidos estaban viendo los papeles de los demás para ver si eran iguales y otros ya eran abogados de profesión porque lo sabían todo. Yo solo sabia que era uno más dentro de la detención.
Como a la hora llegaron por nosotros. Teníamos que salir uno por uno porque nos ponían unas cadenas más grandes que uno. Nos amarraban los pies y las manos con unas esposas. No se podía ni caminar. A mi me rozaba los pies y me sangraba. Yo le dije a un guardia que las esposas me estaban rompiendo la piel. El dijo, “Deja de quejarte y camina.” Entonces me empujo y caí de rodillas. Los demás detenidos me ayudaron a levantarme. El guardia, molesto, me dijo, “Aquí nadie te puede salvar, ni dios lo hará. Yo soy el que manda y si yo quiero ponerte cadenas en el cuello, lo haré. Es mejor que camines y rápido. O quieres que yo te arrastre hasta el bus?”
Le contesté, “Señor, no puedo caminar con las cadenas.”
El me dijo, “Y porque los demás lo hacen? Mejor cállate y camina, pinche pendejo.”
Como pude, me subí al bus y nos comenzaron a llamar por nuestros nombres. Después el bus comenzó su caminata. Fue el primer dia que pude ver a gente normal y carros de colores. Ya se me había olvidado dónde estaba. Era otro mundo. Pude ver el sol y las nubes. El viento tocaba mi piel. Era una sensación de libertad muy hermosa aunque duró poco tiempo. Pero nos habían sacado de esa detención muy fea, muy triste, o, la palabra correcta — horrible. A nadie le deseo algo asi y este tipo de maltrato. Ellos nos decían que valen mas los perros que nosotros.
Yo qué daría por sentir esa sensación de libertad de nuevo, pensé en ese momento, pero la quería permanentemente. Porque al cerrar mis ojos podía sentir algo que no se como explicarles, amigos lectores. Sientes que tu corazón se te para por un instante. Lo disfruté así como cuando uno disfruta una comida deliciosa que no quieres que se termine o que quisieras repetir, as sentí como eternidad ese viaje.
No quería llegar a la otra detención. Quería que se arruinara el bus para estar más tiempo afuera. Pero nunca pasó eso. Después de un rato llegamos a la detención de Conroe (Joe Corley Detention Facility). Allí ya nos estaban esperando los guardias. Allí hablaban más español. Nos metieron a otro cuarto donde nos dieron de nuevo la misma ropa de color azul y diferente color de zapatos pero igual que Livingston. Lo único que yo miraba es que había más hispanos dentro y unos que trabajan donde le dan la ropa. Estaban muchos tatuados. Uno de ellos me dijo que era una prisión, “Mas no le pongas mente, solo ten mucho cuidado porque aquí hay de todo, hasta personas que vienen de la prisión grande,” dijo. Allí nos quedamos como otra tres horas esperando que nos llevaran a nuestras celdas.
“Esta es tu celda.” Al entrar a la celda yo solo miraba personas tatuadas. Tenía un poco de miedo. Unos me preguntaron de dónde venía y de donde yo era. En Livingston solo eramos 24 y aqui en Conroe eramos 36. Casi no había espacio ni para caminar mucho menos para ir al baño.
Lo primero que los jefes me dijeron al entrar a la celda es, “Lo que pasa aqui, aqui se queda.”
El otro fue mas especifico y dijo, “Ver, oir y callar.”
Después de decirme eso me dijeron que tenia que limpiar el baño y me dieron los días que tenía que lavarlos y hacer limpieza. Y me dijeron que si no quería hacerla, tenía que pagar por hacerla. Yo dije, “De dónde, si no tengo dinero?” El otro me dijo que trabajara en la cocina donde pagan 3 dolares por dia. Yo pense, buena idea, asi podia comprar una tarjeta y darle una llamada a René y decirle dónde estaba ahora. El era mi único amigo que estaba pendiente, Rene Jr. Los demás que yo creí que eran mis amigos nunca volví a saber de ellos. Tenía a mi amigo José pero no tenia su numero para hablar con el. Es más, el no podia hacer nada pero lo tenia en mi mente siempre.
Yo no pude dormir porque en la noche se oía un ruido que no sabía de dónde venía. Después de unos pocos días de estar allí pude dormir. Un amigo me regaló unos tapones así yo no escuchara nada de lo que estaba pasando dentro de ese cuarto.
Unos días después escuche y sentía que mi cama se movía mucho y me desperté.
Volví a ver hacia la cama de abajo bien enojado. Yo creía que el muchacho que estaba debajo de mi estaba saltando pero no fue así. Habían dos personas encima de él. Uno de ellos le tomaba la cabeza y el otro le tenía el pantalón debajo. Lo estaban violando al pobre muchacho.
En ese momento les dije, “Puta, dejen al muchacho, dejen de hacer eso. Todos somos inmigrantes.” Y salté de arriba para quitarlo.
Uno de ellos dijo, “Qué te dijimos cuando tu entraste? Ver, oir y callar.”
Pero hice lo posible de quitárselos de encima y el otro dijo, “No te metas, pendejo.”
Allí yo los empuje y se los quité al muchacho.
Después él se levantó y se puso el pantalón y dijo, “No sé qué hacer con estas personas. Ya van varias veces que hacen esto.”
Yo le pregunté, “Por qué no has hablado con los guardias?”
El me dijo, “Ya le dije a uno de ellos y ellos solo se burlaron de mi. Ya no puedo más.”
Le pregunté, “Y los demás, qué dicen?”
Me dijo el muchacho, “Nadie quiere decir nada. No sé por qué. Una de las cosas es que ellos controlan a los guardias. Lo otro, nadie escucha nada porque se ponen tapones para no escuchar nada. Todos tienen miedo de hacer algo o hablar con los guardias. De todos modos yo les dije pero nadie me creyó. Uno de ellos me dijo que yo era culero y si me gustaba ellos no podían hacer nada.”
Yo estaba bien enojado.
Pasó en la noche. Yo no sabía exactamente quienes eran. Tenía poco tiempo de estar allí. Un dia el muchacho me dijo, “Este es uno de ellos.”
Yo le respondí, “Cuál?”
Él dijo, “El que está sin camisa.” Lo miré. Al mirarlo por detrás, vi que él tenía una garra de la mara salvatrucha de El Salvador. Supe su nombre pero por razones de seguridad no pondré el nombre de esta persona.
Habían dos personas mas que eran los que estaban vigilando que los guardias no llegarán cuando se estaban peleando o cuando hacen malas cosas. Ellos también fumaban. Yo me preguntaba de donde salían los cigarros dentro de esta prisión. También se ponían a fumar marihuana. Le pregunté de dónde salía todo esto. El me dijo, “Ellos tienen a los guardias comprados. Ellos piden lo que quieran y ellos se los dan.”
“No se como es que ellos pagan pero se los traen,” dijo otro detenido. “Mejor no tener problema con ellos. A ellos no les dicen nada. Hace dos meses golpearon a un detenido y los guardias solo lo movieron a otra celda. Mejor no meterse con ellos.”
Llegó la noche y otra vez estaban violando al muchacho. En ese momento salté de mi cama y comencé a pelear con ellos porque no era ni justo ni sano que el niño fuera violado más de una vez y nadie decía nada.
Yo traté de hablar con los guardias sobre lo que el muchacho estaba pasando. Uno de ellos me dijo, “Estás loco, aquí no está pasando nada de eso. Mejor te puedes callar y yo haré como si nunca hubiésemos hablado sobre esto.”
El otro guardia dijo, “Nosotros no somos oficiales de inmigración. No me importa lo que este pasando en esa celda,” y se empezó a reír.
Yo le pregunté, “Por qué se ríe usted?”
Él respondió, “Porque es bien chistoso ver como tu estás tratando de hacer algo cuando tu sabes que estás en una prisión y que jamas te harán caso.” Así lo dejé porque jamás me harían caso y los oficiales de inmigración jamás se presentaron.
Un dia el muchacho me dijo, “Señor, me hace el favor de cambiar de cama? Yo ya no aguanto esta situación.”
Yo le respondí, “Está bien, cambiemos de cama.” En ese momento el muchacho se fue arriba y yo me cambié a la cama de abajo.
A los días en la madrugada me sentí una mano en mi cabeza y una rodilla en mi espalda. No me podía mover mucho menos respirar. En ese momento solo sentí que alguien me estaba bajando el pantalón. Yo no me podía mover. En ese momento sentí un dolor muy fuerte que no me pude mover más. Yo estaba peleando por soltarme pero no pude. Luchaba y luchaba pero la persona me penetró y aumentó el dolor. Era un dolor más fuerte de lo que uno se imagina. Yo quería soltarme, luchando más y más hasta que la persona terminó dentro de mi. Sentí feo.
Ese momento me levanté y me puse el pantalón y dije, “A pelear.”
Ellos solo se burlaban de mi. “Ve corre a decirle al guardia, como le dijiste del muchacho,” me dijo. “Vamos a ver si ahora te hacen caso. Ya eres viejo y nadie te hará caso.” En ese momento el mundo de mis sueños se venía abajo. Yo jamás pensé que esas personas me harian lo mismo que al muchacho. Ahora me sentía igual que el, pero yo no quedaria callado de eso.
Yo ya estaba trabajando en la cocina y pedí trabajar sin bañarme para tener evidencia porque esto es lo que ellos piden. Cuando hablé con una persona que trabaja en la cocina, Mexicana pero nacida en los Estados Unidos, le dije, “Señora, esto me está pasando a mi. Estas personas ya habían violado a una persona y yo pelié con ellos, ahora ellos me violaron a mi, yo no sé qué hacer. Me siento tan mal, señora, me puede ayudar en decirle a alguien de allá afuera o a un policía, porque aquí nadie nos hace caso.”
Ella dijo, “Yo no puedo hacer nada. Me metería en gran problema. Mejor dejalo asi. Lo único que puedes hacer es hablar con un oficial de inmigración. Habla con ellos.”
Yo le dije, “Pero jamás ellos llegan a mi celda para decirle en frente de ellos cuáles son las personas que me hicieron daño no solo a mi sino al muchacho también.”
Ella me dijo, “Sabes que yo no puedo ayudarte en nada de eso, mejor ve a la clínica y diles que te den pastillas para el dolor. Ve a bañarte porque tienes que hacerlo. Yo sé lo que se siente,” me dijo, “pero lo siento.”
Sentí que no valía nada en este lugar. Me podían matar esas personas y los de inmigración no se presentaban. Hice lo que ella me dijo. Me bañé. Y unos de ellos me dijo, “Bañate porque te vamos a usar esta noche,” burlándose.
Yo le respondí, “Ya veremos qué pasa. Me agarraste dormido, esta vez va a ser diferente.” Se fueron burlándose de mí. Yo no podía dormir. Estaba demasiado pendiente de lo que estaba pasando.
Le pregunté a mucho otros de los detenidos sobre si sabían lo que está pasando. Unos de ellos dijeron “Sí.”
Otros dijeron, “No me importa, ni queremos problema, esto afecte nuestros casos, dijeron mejor callamos.” Todos decían lo mismo, que estaban peleando sus casos. Yo no podía hacer nada, solo mantenerme en alerta a esas personas.
Desgraciadamente uno de ellos conocía a mi familia en el Salvador. Yo no podía hacer nada.
Después de eso pasaron unos días cuando en la madrugada me levanté al baño y sentí la presencia de uno de ellos. En su mano tenía un pedazo de sierra. El me la puso en la garganta y dijo, “Me vas hacerlo oral.”
Yo le dije, “No, ahora estoy despierto. No me volverás a hacer nada.”
Tomó más la sierra y me corto un poquito cerca de la barba y me dijo, “Quieres morir? Solo tienes una opción. Lo vas a hacer o te mueres.” Yo en ese instante solo pensé en mis hijas. No quería morir. No tuve otra opción que hacerlo. Primero tenía una sierra en mi cuello, y lo otro es que estaba sentado solo en el baño. Sentí que no podía hacer nada.
Pero de alguna manera saqué fuerza y me levanté y comencé a pelear con él hasta que se metieron los demás. Me tocaba huir de ellos. Al salir del baño me caí y me rompí la cabeza en una esquina de la pared. Traté de levantarme porque estaba siendo atacado y quería defenderme. Si no, me matarían. Cuando traté de levantarme no pude y me dieron ganas de vomitar. Solo miraba luces. Me sentía bien débil. Uno de los que me había atacado se puso al lado derecho de mi oído y me dijo, “No vayas a decir nada de lo que está pasando aquí, si no tu sobrino va a morir en El Salvador. Y también sabemos que vas a regresar a esta misma celda. Te vamos a estar esperando.” En ese momento yo no recuerdo nada más de esa noche.
Más tarde me desperté bien asustado, queriendo pelear. Me levanté y hablé con el guardia y le dije que quería que me cambiaran de celda, que no quería llegar a la misma celda. El dijo, “No puedo hacer nada.” Yo estaba bien nervioso por lo que ellos me habían dicho, que matarían a mi sobrino si yo hablaba de lo que estaba pasando dentro de la celda. Yo estaba callado, no quería hablar, tenía un dolor en mi cabeza tan fuerte que casi no podía ver.
Le pregunté al doctor si me darían algo de medicina o si me harían cosido mi cabeza. El se río y dijo, “Dónde tú crees que estás? En un hospital privado?”
Ya estaba en mi celda de nuevo. Estaba indefenso. No podía hacer nada. Si ellos querían atacarme de nuevo, no podía defenderme porque estaba bien débil. Casi no me podía parar porque perdía mi balance. No tenía medicamento y tenía unos dolores muy fuertes. No sabía qué hacer. Estaba dispuesto a lo que pasara. No metería ni las manos en ese momento. Yo estaba indefenso. No tenía fuerzas ni para hablar.
Cuando llegué a la clínica de nuevo yo les comenté a todos lo que me había pasado. Uno de ellos dijo que yo estaba lavando el baño en la madrugada y allí me cai; los otros me dijeron que me había peleado con los de la mara, que tenía mucha suerte que ellos no me mataron y que lo mejor que puedes hacer es callar.
Allí los guardias le estaban pegando a una persona que no tenía sus medicamentos. El les decía, “Necesito mis medicamentos.” Solo eso yo escuchaba.
En ese momento iba pasando el jefe de inmigración de esa detención. El me preguntó, “A ti qué te pasó?”
Le contesté, “Yo fui violado dentro de mi celda. Ayúdeme por favor.”
El me dijo, “Eres estúpido. Aquí tengo 4,000 estúpidos y tu eres más estúpido que los demás.” Le dijo al doctor, “A él no le des nada de medicina. Mandalo a su celda.”
Yo le pregunté, “Usted no me va a ayudar? Se supone que usted debe de mantenerme a mí con vida y que no me pase nada.” El solo se rió y salió. Me mandó a la celda.
Cuando llegue a la celda las personas que me habían hecho daño solo me miraron y movieron las cabezas uno con otro. Yo decidí callarme porque era mejor por mi vida. No confiaba en nadie. Después de lo sucedido estaba destrozado por dentro. Unas personas pierden una mano o un pie pero yo perdí mi dignidad, mi vida, mi hombría. Me sentí como si algo me faltaba por dentro. Me sentía tan mal pero me puse a pensar sobre el muchacho al que habían violado más veces que a mi y pensé sobre cómo él se sentía, creo que más destrozado que yo.
El me dijo, “Ya ve cómo uno se siente? Quiero que me haga un favor. Si usted sale de aquí, dígale a los demás como nos tratan a nosotros y jamás somos escuchado por ser inmigrantes a pesar de que somos iguales antes dios.” Y él siguió, “Por favor nunca calle. Ya somos dos violados y nadie hace nada. A mi pronto me van a deportar. Ya firmé. No sé qué hacer cuando llegue a mi país y como voy a superar esto. Me siento destrozado.”
Yo le respondí, “Vas a estar bien. Estas personas que nos hicieron mucho daño, dios los castigará.” Miraba su cara y vi que él estaba perdido. Nunca le miraba a los ojos, tenía pena de hacerlo. El lloraba todas las noches. Yo lo escuchaba. Yo me hacía el fuerte pero por dentro me sentía igual o peor que el. No sabía qué hacer para que él se riera o hablara mas, solo decía “no puedo creer esto lo que pasó.” Repetía muchas veces lo mismo. Yo solo me mordía los dientes de enojado. Pero por otra parte, le pedía a dios más fuerza para seguir adelante. El un dia me dijo, “Usted cree que podré estar con una mujer después de lo que pasó?”
Yo le dije, “Claro que sí lo harás. Sé fuerte.” Yo le daba mucho animo o lo aconsejaba pero yo mismo me quedaba sin el consejo, porque lo mismo me preguntaba.
Por alguna razón el juez siempre me retrasaba mi corte. Todavía no tenía abogado y nadie me ayudaba hasta que un amigo me presentó a una señora que se llamaba Afton Izen. Lo primero me preguntó si tenía familia quien le respondiera para el pago. Yo le dije, “No señora, no tengo a nadie, pero por favor me puede ayudar? Tengo mucho miedo de regresar a mi país.” Ella aceptó ayudarme. Tuve miedo decirle lo que me había pasado. Yo pensé que si inmigración no me ayudo, pues con ella sería lo mismo. Mejor no dije nada. De todas maneras, los que me hicieron daño me dijeron que si hablaba, matarían a mi familia.
Regresando al muchacho, él me dijo llorando, “Mañana me deportan. Le pido a dios que usted esté bien.” Éramos dos personas que se consolaban juntos. “Antes de irme le quiero pedir perdón por todo.”
Yo le dije, “Porque perdón?”
“Porque ellos me dijeron que cambiaramos de cama porque usted me defendió. Lo tuve que hacer si no me podían matar. Ya tengo mucho miedo de ellos. Por eso le pido perdón. No se como yo voy a vivir con eso, poniéndolo a usted en peligro también.”
Yo le dije, “No te preocupes por mi. Solo te pido que nuncas hagas tonterias como lo que tu dices que quieres hacer, como quitarte la vida. Sabes que dios tiene algo especial para ti. Solo ponte a pensar en tu familia y como ellos van a sufrir al saber que tu haces eso. Yo se que eres joven y vas a tener una linda esposa, amigo. Si mañana te van a deportar, solo pidele a dios más fuerza como yo lo hago.” Pero en realidad yo estaba más devastado que él. No quería hablar con nadie. Solo lo hacía con el.
Al siguiente dia en la mañana, le llamaron que lo iban a deportar. Comenzó a llorar y me dijo antes de que se lo llevaran, “Esto le pedia a dios. Que me sacara de este infierno. Ya no aguanto mas. Ya voy para mi país y le prometo jamas quitarme la vida, eso lo prometo.” Me quedé preocupado por que en el mismo vuelo iban los que nos hicieron mucho daño a nosotros. Yo me quedaba dentro mas preocupado porque qué diran los demas sobre mi cuando sepan lo que me pasó. Me preocupaban mis hijas y amigos. No se si ellos iban a poder comprender lo que me sucedió.
La señora Afton llegaba casi todas las semanas a visitar a los demás y me llamaba casi siempre. Me preguntaba cómo estaba y me decía cómo estaba mi caso y que la jueza Lisa Luis me había cambiado la corte, que tenía que esperar más. Yo le dije, “Gracias por ayudarme. Dios me la había puesto en mi camino.” Un dia que llego a visitarme estuve a punto de decirle lo que me había pasado pero me arrepentí de hablarle. Me tragué mis palabras. Yo tenía miedo de hablar y seguí esperando hasta que conocí a otro detenido.
Su nombre jamás se me va a olvidar. El se llamaba David. El me dijo que querían hacer una huelga de hambre. Los detenidos lo estaban haciendo porque los estaban maltratando, que los miran como menos que un perro, que jamás les daban medicina, la comisaría era muy cara y que querían mejor comida y mejor atención médica. Yo estaba de acuerdo porque tenía una cortadura en mi cabeza muy grande y jamas me cosieron ni medicamento me dieron para el dolor. Le dije, “Le voy a decir a los demás de mi celda.”
“Antes quieres hablar con una señora de los derechos humanos?” David me preguntó. “Le puedes decir sobre tu cortada?”
Yo le respondí, “Claro, dile que sí.”
“Cuando ella viene,” él me dijo, “yo le escribo tu nombre en la lista y ellos te van a llamar.”
Algun dia, el guardia me llamó, “Menjivar, tienes visita.”
Le pregunté, “Mi abogada?”
Me dijo, “No lo sé.” Entonces me arreglé.
En ese momento yo creí que era la señora Afton pero cuando llegue, estaba una señora con otra persona. Ella me dijo, “Hola, yo soy Hope Sanford. Ella es una amiga que es abogada. Queremos hacerte unas preguntas.”
Le contesté, “Está bien.”
Lo único que recuerdo es que me preguntó, “Cómo te están tratando aquí?”
Yo le respondí que la comida es horrible, el trato peor. Le dije, “No sé por qué nos tratan tan mal. Que hemos hecho? Tenemos el mismo color de sangre.” Y también le conté sobre mi problema de la cabeza, que ellos no me habían llevado al doctor y que no me habían dado medicina para el dolor. Le dije todo lo que yo estaba sufriendo adentro y que casi no podía ver por el golpe y que me sentía bien débil. Y también le conté que íbamos hacer una huelga de hambre por mejor trato.
Le dije que David nos iba a decir cuándo pero yo estaba preparado para eso porque quería ser curado sobre mi cabeza. También le mostré y ella vio como era de grande la cortada, todavía estaba fresca. Estuve a punto de decirle lo que me había pasado. No lo hice porque no confiaba en nadie. Ella me dijo, “Te voy a dejar mi numero y mi dirección, me puedes escribir y asi nos conocemos. Esta bien?” Alli nos despedimos. Ella me dijo, “Vendré a verte. Tienes que poner mi nombre en la lista de visitantes.”
Yo estaba confundido con ella. Estaba contento porque una persona de los derechos humanos nos iba a ayudar pero nunca le dije todo. No sabía si confiar en ella.
Muchos me decían que me darían el asilo. Otros me decían que la juez que me tocó era muy mala, que deportaba a todos. Ellos decían que la juez era así porque un hispano había matado a su hijo. Por eso ella deportaba a todos.
Un dia, al llegar a la cocina, David dijo, “Mañana comenzamos la huelga.” Todos estaban de acuerdo. Al día siguiente nadie fue a trabajar.
Los guardias tocaban las ventanas. “Vayan a trabajar,” dijeron. Nadie fue a trabajar.
“Estamos en huelga,” les dijimos. Ellos estaban bien enojados.
Los detenidos pusieron en las ventanas, “Estamos en huelga de hambre. Queremos mejor atención. Somos humanos como ustedes. Queremos medicina y mejor comida. Ya estamos hartos de frijoles, papas, arroz. Nos merecemos mejor que eso. Ya no queremos mas mortadela. Que le bajen al aire acondiconado. No somos criminales, que nos dejen salir de aquí. Tenemos hijos y nuestras familias nos necesitan.”
No hubo desayuno ni almuerzo ese día.
Al rato llegaron los de inmigración y nos dijeron, “Los que no quieren comer, quedense aqui. Los que quieren comer, los vamos a sacar de esta celda.”
El otro señor nos preguntó, “Qué quieren en su celda?”
Había una persona que hablaba bien el ingles, el se llamaba Guillermo. El le decia todo lo que queríamos. También les dijo que queríamos medicamento porque yo no los dejaba dormir por mi cabeza.
El oficial me dijo, “No te han atendido? No te cosieron? O te llevaron a un hospital?”
Le contesté, “No, señor.”
Me dijo, “Ahora te vamos a llevar a la clínica.” En este momento él me sacó de la celda y me mandó a la clínica.
Al llegar a la clínica el doctor solo me vio y me dijo, “Qué haces tú aquí?”
Le dije, “El de inmigración me mandó y me dijo que me iban a curar mi cabeza.”
El me dijo, “Vete a tu celda. Tengo una orden de no darte nada de medicina en ese momento.”
Le dije, “Entonces le voy a decir al que está dentro de mi celda que tu no me quieres atender.”
El me dijo, “Tengo orden del jefe de inmigración que tu no te acuerdas que dijo que no te diera nada de medicamento. Vete a tu celda.”
Cuando llegué a la celda los de inmigración ya se habían ido otra vez. No me atendieron. Yo no iba a comer porque estaba enojado con ellos por no haberme dado medicina.
Asi pase como una semana en huelga de hambre. Yo me sentía muy débil y tuve que comer. Los demás también. Solo mi amigo David y otros más no comieron. Los sacaron de la celda y los llevaron a un lugar donde los doctores los estaban revisando.
A la semana de ellos no comer, unos fueron deportados y otros no se que les pasó, hasta ahora no se que les pasó. A David se lo habían llevado.
En unos días me llegaron a sacar de la detención. No me dijeron para donde iba. En ese momento estaba en la corte con la juez Lisa Luis, más tarde llegó la señora Afton y me preguntó cómo estaba y le dije un poco mejor. Me dijo era muy raro que me llevaran a la corta en persona. Allí ella y la juez se quedaron hablando de mi caso, yo no les entendí mucho porque hablaban muy rápido.
Solo lo único que entendí fue que ella dijo que me negaba el asilo. En ese momento yo quería decirle lo que me había pasado en la detención pero algo me dijo que me callara porque ella se miraba muy mala. Sabía que no me ayudaría.
En ese momento le pregunté a la abogada que había pasado. Ella dijo, “Vamos a apelar su decisión. Vamos a mandar un papel al quinto circuito sobre tu caso. Estarás bien,” me dijo.
Allí me dejó con las cadenas en mis pies de nuevo y hasta en mis manos. Es muy difícil caminar así pero no teníamos otra opción.